El gran problema del Internet de las Cosas
¿Te imaginas que el iPhone sólo pudiese llamar a otros iPhones? ¿Y que los portátiles Windows sólo pudiesen enviar emails a otros portátiles Windows? Eso está pasando con el Internet de las Cosas.
«Gloria a Dios en las alturas; en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres» ese fue la primera comunicación que se hizo entre Europa y Estados Unidos a través de un cable. Año 1858, era la felicitación de la Reina Victoria al décimo quinto Presidente de los Estados Unidos.
Un hito. El inmenso océano atlántico que les separaba se hacía muy pequeño y los mensajes ya no tardarían semanas en llegar, tardarían minutos. Ese «juguete» para ricos y la posterior salida del teléfono comenzaron a comunicar a las grandes naciones, para pasar a ser un elemento de primera necesidad para cualquier persona en el mundo. Ocurrió igual con el ordenador, con Internet y con el smartphone.
Ahora estamos dando el siguiente paso, el que nos permitirá no sólo conectar a personas con otras personas o personas con servicios en Internet, el que permitirá que el mundo que nos rodea se comunique con nosotros, con la inteligencia artificial residente en Internet y con el resto de las cosas. Un mundo conectado a nuestro servicio nos dicen aquellas empresas que invierten grandes sumas en el Internet de las Cosas y en el desarrollo y creación de infraestructura 5G.
Imaginemos ahora que tras la invención del teléfono cada fabricante crease un protocolo de comunicación propietario para hablar con otros teléfonos. Imaginemos a un padre que tuviese que comprar una marca de teléfono para hablar con el hijo que marchó a América, o una empresa que no puede hacer un pedido a un proveedor porque sus teléfonos no se entienden. ¿Absurdo, no?
Eso es lo que está ocurriendo en el Internet de las Cosas: grandes compañías que buscan vender «Cosas» a poco margen mediante un modelo de negocio que trata de vender la plataforma o hub de comunicación. Gracias a ello logran conectar las cosas a nuestro smartphone y, en el mejor de los casos, con otros de algún tercero mediante sus herramientas de desarrollo. ¿Por qué el sensor incluido en la puerta de mi garaje de marca X no se puede comunicar con la bombilla del garaje de la marca Y? ¿Por qué tengo que pensar cómo montar mi casa «inteligente» realizando un estudio de semanas para ver qué puede hablar y qué no entre sí?
Y este es el problema que se repite en muchísimas industrias. Vender barato para retener al usuario en una plataforma, algo que puede tener sentido en muchos ámbitos pero no aquí si queremos que industria y usuarios podamos llegar a un Internet de las Cosas que de verdad haga nuestra vida mejor.
Imaginad un distópico futuro donde los usuarios de iPhone no pudiesen llamar a los usuarios de Android o que tuvieses que esperar a que la versión 10.0.4 de Android lanzase una API para que los programadores de aplicaciones para iOS pudiesen hacer una aplicación que se comunicase con ellos. El telégrafo, el teléfono y el email no fueron creados como excusa para vender una plataforma, sino para comunicar personas, para romper barreras.
En este presente dominado por Amazon, Google o Facebook tenemos mucho más difícil que la nueva era comience correctamente. Existen todos los medios, todo el dinero, toda la inteligencia para hacerlo, pero partimos con un gran error de base. Fomentar el IoT para vender plataformas y no para comunicar el mundo.
Los ecosistemas son una parte fundamental de las empresas de tecnología y es fantástico que los productos de una marca se comuniquen de una forma diferente y que aporte valor añadido al usuario. De eso se trata el negocio de las empresas y la satisfacción de nosotros, los clientes. Pero el ecosistema tiene que ser el extra, no el argumento para crear algo. El argumento tiene que ser solventar problemas, mejorar algo, comunicar.
Llegará el día en el que compremos la lavadora por su compatibilidad y no por sus características; y yo no quiero hacer eso. Plataformas sí, pero que todas se hablen entre sí.