La chatarra se transforma en impresoras 3D para fabricar el futuro de África.
El ingeniero Matthew Rogge ha conocido a muchos emprendedores con grandes ideas pero sin recursos suficientes para hacerlas realidad. Después de años de trabajo en el sector, está convencido de que la impresión en 3D a bajo coste puede ofrecerles «un camino con el que desarrollar sus productos» sin necesidad de comprarlos a terceros. Partiendo de esta idea, el sueño del progreso y de la innovación ha empezado a fabricarse, también, en países de África y América Latina.
Rogge, junto con la organización sin ánimo de lucro Techfortrade, ha lanzado el proyecto RETR3D para la fabricación de impresoras 3D. Su idea, que nació como una motivación personal y que a su vez le llevó a estudiar ingeniería mecánica, está viajando a países en desarrollo como Kenia, Tanzania o México.
La intención es que profesionales autóctonos desarrollen sus propias máquinas de forma asequible y avancen con independencia. El proyecto lleva años tomando forma y ahora ha comenzado a ser realmente útil donde más se necesita.
Su máquina es poco usual: está construida a partir de residuos electrónicos, por lo que conseguir los materiales está al alcance de cualquier ciudadano. El gesto es importante, pues según datos de Naciones Unidas, durante 2014 se generaron 41,8 millones de toneladas de este tipo de desechos en todo el mundo.
Solo en Togo (en el África subsahariana), en el mismo periodo se produjeron 940.000 toneladas según ASDI, una asociación local especializada en el reciclaje de este tipo de residuos que recoge y clasifica los desechos para que después los aprovechen los miembros de Woebots. Esta exitosa startup tiene la ambición de desarrollar tecnologías nativas con recursos locales y lograr que las poblaciones más modestas disfruten de las últimas tecnologías.
Sale adelante desde hace un par de años, con el incansable trabajo de 30 jóvenes que se guían por la ética hacker para emprender proyectos conjuntos en los que ningún creador destaca por encima de otro. El símbolo de esa implicación colectiva se llama W.Afate y es, también, una impresora 3D elaborada a partir de los mismos elementos que Rogge utiliza en su iniciativa y con herramientas de código abierto.
Rescatan motores, fuentes de alimentación, piezas de impresoras normales, escáneres, ordenadores y, a veces, ‘smartphones’ abandonados en vertederos
En ambos casos, rescatan motores, fuentes de alimentación, piezas de impresoras normales, escáneres, ordenadores y, a veces, ‘smartphones’ abandonados en vertederos que sirven de materia prima para las nuevas creaciones. También utilizan plástico procedente de botellas recicladas, que se convierte en la tinta necesaria para fabricar el futuro de estas sociedades.
No obstante, quienes se benefician del trabajo de Techfortrade utilizan una extrusora, también fabricada por Rogge, para elaborar el filamento.
Esta organización británica actualmente colabora con AB3D, una organización de Nairobi (Kenia) especializada en impresión 3D, y también lo han hecho previamente con el instituto tecnológico de TunaPanda, en Kibera, uno de los barrios más pobres de la ciudad.
Asimismo, asesora a quienes desde Dar es Salaam (Tanzania) forman parte del STIC Stamwa Technology Innovation Centre, un programa de ciencia, tecnología e innovación de la UNESCO, que a su vez ayuda a la organización para la enseñanza e investigación en neurociencias Trend in Africa para que pueda imprimir un microscopio que luego será utilizado en los laboratorios del país. Su objetivo es terminar diez impresoras en los países africanos para finales de año (y ya están casi listas).
Techfortrade también trabaja con el laboratorio tecnológico FabLab de Oaxaca (México), en una zona que sobrevive gracias a la artesanía y al turismo. Hace unos años, sin embargo, decidieron apostar por el sector industrial creando sus propias herramientas. Como explica una de sus integrantes, Nahielly Cervantes, el primer obstáculo no tardó en llegar: no podían acceder a medios de producción con los que fabricar esos instrumentos. Fue entonces cuando conocieron a Rogge, que les habló de las ventajas de las impresoras en 3D y de la posibilidad de construirlas con sus propias manos.
Un contacto de Oaxaca, que se dedicaba al reciclaje de ordenadores, contaba también con numerosas impresoras normales desechadas a las que no sabía dar uso. Fue entonces cuando los ingenieros mexicanos decidieron utilizar las partes aprovechables, especialmente los motores, para construir su propia máquina. Con ella ahora crean utensilios que sirven en el sector mecánico, como engranajes para construir otras máquinas.
A partir de ahora, el plan será crear nuevas impresoras para donarlas a escuelas y a otras localidades. Se trata de un gran paso para uno de los lugares más pobres del país, donde este tipo de tecnologías tardan hasta una década en llegar.
Su iniciativa ha puesto sobre la mesa un futuro más próspero para los niños. Quieren que comiencen a experimentar con esta maquinaria, que cambien su mentalidad y que vean que son capaces de «poder hacer». Además, al trabajar con centros de reciclado de la ciudad, se «fomenta el empleo» y el dinero que se invierte se queda en la localidad. «Le da un tinte diferente a la producción», opina Cervantes.
En todos los casos, es Rogge el encargado de enseñarles los conocimientos que necesitan para construir el producto, configurarlo y ponerlo en funcionamiento. Viaja de un destino a otro para asegurarse de que «la gente no se atasca en cuestiones técnicas», puesto que la impresión en 3D puede ser algo complejo para quien se inicia en el sector. Después son los profesionales de los diferentes países los que moldean el resultado final y desarrollan otras impresoras.
Superando fronteras
Esfuerzos como estos consiguen reducir las barreras que suelen obstaculizar la aplicación de nuevas tecnologías en los países en vías de desarrollo. Además, emplear residuos electrónicos como materia prima permite que, si se estropea la herramienta o alguna de sus piezas falla, pueda arreglarse también con recursos y conocimientos propios. Esto marca la diferencia porque «un gran problema en los países en desarrollo es que si algo se rompe no puede ser reparado» en condiciones normales.
Otra de las ventajas de fabricar impresoras en 3D con basura electrónica es su bajo coste. Cuando se interesó por llevar esta tecnología a países en desarrollo, Rogge se dio cuenta de que muchas de las piezas especializadas necesarias para su funcionamiento tenían que importarse, por lo que el precio acababa siendo desorbitado (a veces el doble o triple del coste original).
Techfortrade está trabajando en la fabricación de prótesis para personas con alguna discapacidad
Explica que, por ejemplo, un motor desechado les supone alrededor de 0,05 dólares (unos 0,044 céntimos de euro) en los lugares donde impulsan la iniciativa. Sin embargo, para importar uno nuevo necesitarían alrededor de 30 dólares (26 euros). Lo mismo ocurre con los residuos de plástico: su kilo puede rondar los 0,50 dólares (0,44 céntimos), mientras que la tinta de las impresoras habituales les cuesta hasta 40 dólares (35 euros), aunque depende del país.
Después el potencial de las máquinas es muy amplio desde el punto de vista sanitario, educativo y mecánico. Son útiles, por ejemplo, para producir herramientas agrícolas o para fabricar utensilios médicos. En Kenia, por ejemplo, Techfortrade está trabajando en la fabricación de prótesis para personas con alguna discapacidad.
Mientras tanto, a raíz del éxito de W.Afate, Tchirktema y sus compañeros han puesto en marcha #3DprintAfrica, una iniciativa para concienciar sobre los beneficios que estas máquinas pueden suponer en el continente. Se centran en llevarlas su a las escuelas, a los cibercafés y a conferencias orientadas a los profesionales que puedan estar interesados en dedicarse a este nuevo sector.
El equipo de Woebots define las impresoras 3D como un instrumento con el que «democratizar la tecnología» mientras se cuida el medioambiente. Se trata de que la innovación esté al alcance de la gente común, de hacer que estos países no sean meros espectadores y de conseguir un nuevo aporte económico para sus hogares.
En todo caso, estos equipos son conscientes de que lo importante es crear nuevas empresas locales con profesionales formados (también locales), y que sean ellos quienes animen a otras personas a aprender. Así se conseguirá que el acceso a este tipo de máquinas se amplíe y que cualquiera esté preparado para fabricar su propio futuro.