¿Cómo será el futuro del Big Data?
Un debate en profundidad sobre tecnología a menudo saca a relucir tensión y soluciones intermedias que poco tienen que ver con los sistemas técnicos, y mucho con nuestros valores individuales y colectivos.
El entusiasmo o el miedo de la gente ante la tecnología y lo que ésta pueda traer, refleja una profunda convicción en lo que respecta al papel del individuo en la sociedad: si el individuo es el actor principal cuya libertad y acciones deben preservarse por encima de todo, o si el bien común o comunitario requiere implícitamente una participación pública. Los debates sobre la privacidad, las ciber-amenazas, la visibilidad que gobiernos y empresas comerciales puedan alcanzar del uso que hace la gente del sistema técnico, y la promesa de las analíticas de big data en el mundo de la salud pivotan en torno a siguiente pregunta: «¿Hasta qué punto soy dueño de mi comportamiento y todos sus resultados? ¿Cuándo deja de ser mía una transacción social o comercial?» Un individualista pedirá autoridad para tomar decisiones y participar en el valor económico que genera su «descarte de datos digitales». Un corporativista o colectivista considera que los datos anonimizados de particulares son un recurso natural que se puede excavar y refinar.
Estas preguntas normativas son las que dan empuje a decisiones jurídicas y legislativas, a prácticas empresariales y a estándares industriales. Si la información es poder, la decisión de compartirla -o el requisito de compartirla- es básicamente una decisión política, sea una cuestión política, literalmente, o un tira y afloja entre empresas o incluso dentro de una misma empresa. La decisión de «compartirás los datos» entre hospitales y clínicas refleja la voluntad política de un sistema sanitario nacional (o en caso de Estados Unidos, de un gobierno pagador), mucho más que los aspectos técnicos de dicha cuestión.
Las peleas y eternizaciones en estándares industriales o interfaces de programación de aplicaciones (API) giran casi siempre en torno a conflictos sobre recursos, ventajas competitivas, puntos de apoyo a favor de avances disruptivos frente a la posición atrincherada de quienes vienen disfrutando de la posición dominante. El hecho de que este teatro kabuki en torno a los datos se extienda a través de distintos ámbitos (medios de comunicación y comercio electrónico, finanzas y sanidad, transporte, educación, seguridad nacional y el proceso de buen gobierno en sí mismo) recalca que las visiones encontradas son el resultado de sistemas de valores encontrados. Conforme el paisaje tecnológico va cambiando, nos da un ejemplo de cómo van cambiando paradigmas muy profundos, que no son tecnológicos y que son mucho más difíciles de acelerar que el hardware, el software o las API.