Cómo puede incrementar la desigualdad la cuarta revolución industrial
Los analistas reconocen que la aplicación de la inteligencia artificial y el ‘big data’ favorece a quienes generan más información, es decir, a los mejor formados y más ricos.
Las autoridades de Nueva York ya han creado un grupo de trabajo para corregir la desigualdad que genera la cuarta revolución industrial. Y ésta no es la única administración que ha empezado a trabajar en esta línea. Hasta ahora, la atención se ha prestado principalmente a la combinación de inteligencia artificial, internet de las cosas y big data en áreas geográficas cada vez más amplias. La transparencia ha sido la supuesta garantía para evitar discriminaciones económicas y sociales y también para prevenir los abusos de gobiernos, empresas, organizaciones delictivas…
Sin embargo, la experiencia reciente demuestra con eso no basta. Por esta razón, los expertos que han sido contratados en Nueva York a tal efecto están investigando los sesgos que introduce la aplicación intensiva de los algoritmos en múltiples departamentos de la ciudad. Así, ya han alertado de que los barrios con un acceso menor a la red formulan menos peticiones que el resto. Y como la población con menos ingresos y nivel educativo se concentra en estos distritos, la diferencia abierta con los vecinos más ricos y mejor formados aumenta sin freno.
Los expertos están investigando en Nueva York los sesgos que introduce la aplicación intensiva de algoritmos en múltiples departamentos de la ciudad
Además, esta coincidencia se superpone a otra, que incrementa la marginación: los colectivos más desfavorecidos en esta faceta se corresponden con determinados grupos étnicos, por ejemplo, los afroamericanos, los latinos y los asiáticos. En consecuencia, la desatención que desencadena un suministro de información más bajo en estos sectores agrava la que tradicionalmente han sufrido las minorías. Para los analistas, la corrección que debería introducirse en este modus operandi sería tan profunda como urgente.
La comisión canadiense está afrontando estas semanas el mismo reto para adecuar sus mecanismos de regulación en el terreno de las industrias creativas. Por ejemplo, las entidades OpenNorth y Partenariat of the Spectacles están trabajando conjuntamente en Montreal para promover el intercambio de datos recopilados por compañías, centros culturales y organizaciones sin ánimo de lucro. De esta manera, han llegado a una pregunta paradójica: ¿qué ocurre si se demuestra que compartir información es perjudicial para la competencia?
La discriminación por el tratamiento de los datos afecta a los grupos étnicos más desfavorecidos, por ejemplo, los afroamericanos, los latinos y los asiáticos.
Idéntica cuestión ha llevado a la autoridad monetaria de Singapur a establecer un entorno controlado para las finanzas digitales. A los agentes implicados apenas les ha sorprendido esta medida, considerando el amplio uso y el impacto creciente de los algoritmos en estos mercados. Los expertos recuerdan en este contexto que las tecnologías que automatizan la toma de decisiones no representan un problema únicamente para los gobiernos y las grandes corporaciones.
De las subidas y bajadas en la Bolsa de Tokio a la prevención de los delitos en localidades de todo el mundo, prácticamente ninguna actividad se libra del imperio de los datos. La polémica, pues, se extiende. Incluso el análisis predictivo del crimen a través de la informática para movilizar oportunamente a la policía y racionalizar los efectivos disponibles está motivando encendidos debates de naturaleza ética —sobre la privacidad de los ciudadanos— que tardarán en resolverse.